Acurrucarse en la cama con pareja en modo cucharilla parece el colofón perfecto del día. Pero ¿qué pasa a partir de ahí? Ronquidos leoninos, combates sañudos por las sábanas o patadas de avezado ninja le restan romanticismo al hecho de yacer acompañados. Una de cada cuatro parejas ha decidido ya dormir separado. ¿Son ‘raritos’ o visionarios de una nueva tendencia?
Antes de la Revolución Industrial el miedo a la oscuridad no era una cuestión baladí. Peligros reales y míticos acechaban a los durmientes que para combatirlos dormían juntos. Familias enteras e incluso invitados compartían el mismo jergón, consiguiendo así una grata sensación de protección y fortaleciendo su cohesión como grupo. Así lo constata A. Roger Ekirch, profesor de historia de Virginia Tech que ha consagrado su carrera a estudiar las costumbres dormilonas de nuestros ancestros. También se ha de tener en cuenta un condicionamiento económico: en aquella época no existía Ikea y una cama costaba un ojo de la cara.
Sin embargo, los reyes y nobles, con alforjas bien repletas y castillos que les blindaban de los peligros noctámbulos, dormían en lujosas alcobas separadas. Una costumbre que ha llegado hasta nuestros días y que algunos plebeyos empiezan a emular. Y de aquí surge la pregunta: ¿es más saludable dormir acompañado o hacerlo sin par?
Los estudiosos del sueño coinciden en que pernoctar en camas separadas e incluso en habitaciones diferentes garantiza un mejor descanso. “Dormir es como bajar los peldaños de una escalera, primero llegamos al sueño superficial, después al profundo. Si tenemos al lado a alguien que haga un ruido, que se mueva, que dé una sacudida con las piernas o que ronque, pasaremos de un sueño más profundo a uno más superficial. Durante la noche no nos daremos cuenta, pero sí lo notaremos al día siguiente, cuando tengamos la sensación de no haber descansado correctamente”, explica Eduard Estivill, neurofisiólogo, pediatra y fundador de la Clínica del Sueño Estivill.
Este especialista reconoce que pese a ser lo ideal, en muchos casos no es posible. “En nuestra cultura esto se hace complicado porque no todo el mundo tiene dos habitaciones para poder dormir y hay más cuestiones implicadas”.
Los condicionantes culturales
Esas “otras cuestiones implicadas” a las que alude el especialista tienen que ver con la construcción del ideal de pareja actual. Yacer en el mismo lecho se ha convertido en un rasgo definitorio de los que comparten vida juntos. “Dormir como lo hace una pareja es algo que no se lleva a cabo con nadie más: ni con amigos, ni con hijos… Es un acto de intimidad en el que se intercambian abrazos, caricias o conversaciones al acabar el día. Es un espacio único y exclusivo de calor y protección. Pero no deja de ser cultural. Hay muchos actos más en una pareja que crean esa intimidad”, comenta la psicóloga Francina Bou.
Ese peso cultural hace que en muchas ocasiones la decisión de dormir separados sea percibida como un síntoma de crisis de la relación o como una decisión que se suelen tomar las parejas de edad avanzada. “Es un estereotipo, realmente no tiene por qué haber ningún problema por no compartir cama. Tampoco tiene que ver con la edad, hay muchas parejas de personas mayores que duermen muy felizmente abrazadas, compartiendo la cama y la erótica”, puntualiza Ana Fernández, sexóloga y directora del Centro Sexológico Astursex.
Pero la costumbre está tan arraigada, que algunas parejas hacen oídos sordos a los ronquidos y pataleos de su media naranja. Según un estudio publicado en 2016 en The Journal of Biological and Medical Rhythm Research muchos son los que, aunque no descansen tan bien, se sienten más incómodos si se separan de sus parejas durante la noche. “Para ellos dormir separados representa una ruptura en las rutinas del sueño y una desviación del marco de referencia crucial para los patrones de sueño. En lugar de promover una buena noche de sueño, dormir solo puede dificultar el sueño, con la ausencia del compañero y el vacío de la cama que perturba el ambiente y el ritual asociados con dormir juntos”, reza el estudio. Es lo que el refranero resumiría como ‘sarna con gusto no pica’.
Sin embargo, otros estudios demuestran que una mala noche de sueño, nos hace mirar con inquina a nuestra pareja al día siguiente, al son del tintineo de la cucharilla con la que removemos un café bien cargado. Y que varias veladas sin pegar ojo pueden incluso conducir a una ruptura. Un estudio llevado a cabo por la empresa de colchones Silentnight y la Universidad de Leeds (Reino Unido) concluyó que el 29% de las parejas acusa a su mitad de no dejarle pegar ojo. El experto en sueño británico Neil Stanley es uno de los defensores más acérrimos de la separación de camas y asegura que los que duermen solos tienen un 50% menos de posibilidades de padecer crisis en su relación.
Y es que no se trata únicamente de que un roce perturbe el sueño profundo o de que un beligerante contencioso por el edredón nos despierte justo cuando estábamos soñando que nos había tocado la lotería. Se ha de tener en cuenta que, según señala Estivill, el 30% de la población tiene problemas relacionados con el sueño. Y algunos de ellos pueden ser realmente molestos para la pareja. En la lista destacan los ronquidos, que por su naturaleza sincopada interfieren en el sueño ajeno con especial virulencia. “Es un problema muy serio, por el que muchas parejas acuden a consulta”, asegura Fernández.
Otra de las razones que también perturba el descanso de una pareja es la diferencia de horarios o de costumbres. Tener turnos de trabajo diferentes es una piedra en el zapato para poder dormir adecuadamente. Porque si uno se levanta a las seis y el otro se va a dormir a las dos el ideal de dormir juntos se resquebraja. Y después hay otro tipo de cuestiones, que tienen que ver más con las costumbres de cada cual, pero que con los años de convivencia tienen un peso que no se puede minimizar: a uno le gusta ver la televisión hasta tarde, otro prefiere leer con una luz que molesta a su compañero, a uno le gusta despertarse con la radio y el otro lo odia… Son pequeños detalles a los que se renuncia en los primeros tiempos de convivencia, pero que acaban pasando factura.
La toma de la decisión
Cuando existe una dificultad como los turnos o los ronquidos, se cuenta con un casus belli para plantear la separación de camas. Pero haya o no haya un problema que justifique la decisión, aún tenemos ciertos reparos, debidos a la carga cultural a la que antes nos referíamos, para poner sobre la mesa la peliaguda cuestión.
El doctor Eduard Estivill se ha encontrado este trance en su consulta, cuando ha sugerido a algún paciente que se cambiara de habitación. “Generalmente lo entienden, porque son inteligentes en el sentido de que cuando les das las explicaciones y ellos mismos ven que pueden molestar a su pareja, aceptan con tranquilidad lo que les recomendamos”, comenta.
“Toda pareja tiene que tener la capacidad de negociar y de consensuar puntos de vista. Si una de las partes se planta y no hay acuerdo, entonces sí que se puede convertir en un problema. La necesidad de descansar es algo vital y no cabe plantear una convivencia sobre la base del malestar de una de las dos personas que forman la relación”, apuntilla Fernández.
Aquí, como en todas las cuestiones relacionadas con la pareja, se han de llegar a acuerdos. “Lo negativo es interpretar esa decisión como un rechazo. Y esto ocurre porque culturalmente describimos a una pareja como a dos personas que duermen juntas, si no fuera así, no pasaría nada”, comenta Bou. Esta psicóloga también sugiere si no se llega a un acuerdo, la posibilidad de una solución intermedia: dormir unos días juntos y otros separados. “Al principio de la semana, que es cuando uno necesita más energía para el trabajo, podrían dormir separados. Y a partir del jueves o viernes, hacerlo juntos. Esto también puede ser un acicate para la pareja, que aunque duerma separada puede ocasionalmente transgredir esa norma”.
¿Y qué pasa con el sexo?
Asociamos las relaciones sexuales a la cama, con lo que parece que si no yacemos acurrucados estas se vayan a ver afectadas. Pero no es así, según demuestran algunos estudios. Un 38% de parejas británicas que tomó la decisión de irse a su propia cama después de haberla compartido, aseguró que sus relaciones sexuales habían mejorado frente al 24% que vio descender el número de tórridos encuentros.
“El sexo trasciende a lo que es la cama. Las parejas que suelen tener una vida sexual más rica emplean otros lugares para sus encuentros: la ducha, la cocina, el sofá… El principal enemigo de la vida sexual es la rutina y en ese sentido, dormir separados, puede servir para alargar la sorpresa”, asevera Bou.
En este sentido confluyen las teorías de la psicoterapeuta belga y autora del libro Inteligencia erótica, Esther Perel, que rompe una lanza por la que las parejas preserven un grado de intimidad que avive la pasión. Para la escritora de este bestseller la cercanía en una pareja está sobrevalorada, porque no permite generar un espacio erótico que incentive el deseo.
Como ocurre con todo lo relacionado con el mundo de las relaciones humanas, no se puede generalizar y cada pareja deberá decidir si compartir almohada o no, sin que la cuestión, valga la redundancia, le quite el sueño. “Deberíamos intentar quitarle hierro al asunto y preguntarnos: ¿Podemos dormir juntos? ¿Es compatible con nuestro trabajo? ¿Con nuestra salud? Si es así, bien y si no, no nos aferremos al cliché de que la pareja se define por dormir juntos y disfrutemos, incluso, de trasgredir la norma de vez en cuando”, concluye Bou.
En: ElPaís.
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