El arrepentimiento es un sentimiento tan común como la alegría o la tristeza. A lo largo de nuestras vidas pasamos por situaciones en las que hubiéramos deseado haber actuado de otro modo y de alguna manera dejan un sabor de amargura en el corazón.
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No es un valor absoluto, sino que hay grados de arrepentimiento y, sobre todo, muchas formas de encararlo. “Las emociones por sí mismas no son positivas o negativas.
Sí, en cambio, la conducta que nos provocan”, explica la doctora Gema Rubio, psicóloga del centro Sinews MTI de Madrid. “Ante una situación, si pienso ‘me equivoqué, cometí un error, me anticipé… pero equivocarse es humano’, podemos sentir un arrepentimiento que, si bien no es agradable, no es tampoco dañino.
En cambio, si pensamos ‘cómo he podido, es horrible lo que he hecho, soy una egoísta, nunca aprendo…’ y anticipamos consecuencias negativas, aparecerá un arrepentimiento cargado de culpa, vergüenza y otras emociones que nos harán sentirnos peor”.
Este segundo tipo de reacción explica por qué para muchos especialistas el arrepentimiento se ha convertido en un sentimiento inútil, pues consigue encerrarnos en un caparazón de angustia del que ni podemos salir ni aprender. Mientras la culpa forme parte de nuestro discurso interno, seguiremos bloqueados, pues nos ancla a un pasado que no podemos cambiar.
Si la cambiamos por responsabilidad, estaremos aceptando que tenemos la habilidad de responder y podremos poner el foco en la acción para salir de ese estado”, dice Gonzalo J. Sánchez, director y coach de Emotium.
El arrepentimiento nos permite aprender sobre nosotros mismos más de lo que parece. “No tenemos la misma escala de valores y en el mismo orden. Lo que para algunas personas es solo un desliz, para otros es algo muy grave.
El grado de arrepentimiento nos muestra la medida en que consideramos importante lo que hemos hecho y, por tanto, lo que no tendríamos que repetir”, añade la doctora Rubio.
Sin embargo, muchas veces nos arrepentimos de algo que sabemos que, seguramente, volveremos a hacer. “Esto es así porque nuestra conducta y la toma de decisiones están más influenciadas por las consecuencias inmediatas, incluso si a medio o largo plazo estas van a ser muy negativas.
Es muy humano caer en esa trampa”, explica la doctora. Dejar de fumar y encender un cigarrillo en una sobremesa con amigos o romper una dieta “porque por un día no pasa nada”, son ejemplo de ello.
Hay dos formas de arrepentirse: por aquello que hicimos o por lo que no hicimos. “En el primer caso ya no podemos variar nada de lo que pasó, pero si aprender y tomar otro tipo de decisiones, si se presentan circunstancias parecidas. En el segundo, podemos seguir flagelándonos y lamentando sobre lo que hubiera pasado,o bien ponernos en acción y empezar a hacer para que pasen cosas. Es el caso de quienes empiezan a estudiar después de incluso jubilarse. Dejaron de darle importancia al cuándo y se centraron en el cómo”, explica Gonzalo.
Convertir el arrepentimiento en un impulso para mejorar y ser más felices no es una aspiración romántica. “Siempre se puede aprender de los errores. Es más, es el único partido que le podemos sacar a esta emoción”, dice la doctora. “Se puede aprender siempre y cuando estemos dispuestos. La vida se compone de un montón de circunstancias, experiencias y enseñanzas. El aprendizaje dependerá de nosotros”, añade el coach.
Una buena disposición nos permitirá cambiar la angustia por una ‘tristeza consciente’ de la que parta el aprendizaje. “La sensación de pesadumbre ya nos indica la emoción que se oculta en el arrepentimiento. Hay que empezar poniéndole nombre. Decir qué es lo que nos entristece será el primer paso para gestionarlo de una manera saludable”, prosigue.
“Borrón y cuenta nueva puede ser acertado si tenemos claro qué nos llevó al error, qué pensamientos, necesidades o emociones nos llevaron a comportarnos así. Comprendernos facilitará aceptar lo ocurrido y perdonarnos”, explica Gema Rubio.
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