Varios laboratorios ofrecen productos cosméticos que neutralizan la molécula que lo produce.
No es la colonia de lavanda o rosas o alguna combinación de aromas descatalogada de los libros de tendencias. Está en la piel. Las personas mayores tienen un olor particular que, aunque se manifiesta más especialmente a partir de los 60 años, no les es exclusivo: todos empezamos a desarrollarlo de forma gradual a partir de los 30. “Es real y se identifica como malo, pero no tiene nada que ver con el sudor u otros fluidos corporales ni tampoco con falta de higiene”, explica el químico José María Antón, investigador durante años en biotecnología para el CSIC y presidente y fundador del grupo Prima-Derm: “Lo causa el 2-nonelal, una molécula que se genera en la piel al oxidarse de forma natural los ácidos grasos de la barrera lipídica”.
“El 2-nonenal [puro] huele realmente mal. Tanto que cuando abrimos una cápsula con esa molécula en el laboratorio, todo apesta”. Es fácil de reconocer. El equipo del laboratorio de la compañía japonesa Shiseido fue el primero en documentarlo allá por 2001. En una sociedad como la nipona, donde la fragancia suele considerarse como una invasión del espacio común, abundan los estudios sobre el funcionamiento de la oxidación de los ácidos grasos y cómo mitigar el mal olor corporal. Aun así, los japoneses, muy respetuosos con sus mayores, denominan a esta esencia corporal kareishu, “el olor de los abuelos”.
Que haya unas cuantas moléculas rancias diseminadas por toda la piel no es grave. El problema surge a partir de los 30-40 años, cuando se convierten en legión. “Los cambios hormonales de la madurez traen como consecuencia un aumento en la producción de lípidos en la superficie de la piel. Paralelamente, se va reduciendo nuestra capacidad antioxidante natural”, explica el experto. “El resultado es que aumenta exponencialmente esa peroxidación, se genera más 2-nonenal y el cuerpo huele cada vez peor. Es ese olor que se nota en los asilos, por muy limpios que estén”.
Y no se va por más que exageremos con la higiene: “Los lípidos no son solubles en agua. De ahí que el mal olor relacionado con los ácidos grasos sea tan complicado de eliminar”. En esto se diferencia del sudor, que no es sino un caldo acuoso de sustancias y bacterias con ganas de descomponerlas. Un poco de agua y jabón los eliminan sin problemas.
Como si de una película de ciencia ficción se tratara, para atajar el 2-nonenal hay que neutralizarlo y varios laboratorios trabajan ya en sus soluciones. Prima-Derm acaba de lanzar una fragancia corporal unisex, Inner, con activos como el Sirtalice y el Seadermium, “procedentes de sendos microorganismos localizados por el CSIC a 3.400 metros de profundidad cerca de Isla Reunión. Esas moléculas encapsulan a las otras moléculas que producen el mal olor. De esta manera lo desactivamos”, aclara Antón. Y no es la única opción. La compañía japonesa Mirai Clinical se encomienda a las propiedades antioxidantes del extracto de caqui para fabricar jabones y desodorantes que planten cara al temido 2-nonenal.
Si se está preguntando qué hace la naturaleza para advertirnos de que nuestro cuerpo o el de nuestros coetáneos empieza a exudar 2-nonenal, la respuesta es bastante desalentadora. A medida que envejecemos, vamos perdiendo capacidad olfativa. No percibimos el olor del vecino que nunca nos gustó, pero tampoco esas rosas recién cortadas del jardín.
En concreto, a partir de los 70 la pérdida es tan notable que casi somos tan inmunes al mal olor como los niños menores de 8 años, que no se inmutan al entrar en el baño del jardín de infancia ni se alteran con las ventosidades de sus amigos, pese a que aquello hieda como la antesala del averno. Científicos galeses lo explican por la pérdida de fibras olfativas y la muerte de las neuronas encargadas de procesar las fragancias
Dos procesos de deterioro físico natural fruto del envejecimiento. No se enfade a partir de ahora si sus mayores no son conscientes de que se han excedido con la colonia o de que les acompaña un cierto kareishu: el 62,5% de las personas mayores de 80 años padecen algún tipo de merma en sus capacidades para detectar los aromas.
En: Buena Vida
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