Cada vez vivimos más y pensar que en algún momento serán muchos los que superen los 100 años no parece una idea tan descabellada. Ya hay quien lo ha conseguido; el récord oficial lo ostenta Jeanne Calment, que murió a los 122 años. Hay incluso quien asegura tener todavía más edad, como el autoproclamado como el hombre más viejo del mundo, que falleció en 2017 con 146 años. Y, lo más importante, la ciencia apunta a que todavía no hemos llegado al punto máximo de la longevidad humana.
Lo dice un estudio publicado en la prestigiosa revista Science, que ha analizado la progresión de la tasa de mortalidad a lo largo de la vida. Según la investigación, los picos se sitúan en la infancia, en torno a los 30 y se dispara entre los 70 y los 89 años. Sin embargo, superado el centenario, la curva deja de aumentar, se estabiliza formando una meseta que “empieza a hundirse con el tiempo”, afirma Kenneth W. Wachter, demógrafo de la Universidad de California en Berkeley y uno de los autores del trabajo.
A pesar de que los autores no explican por qué se estabiliza la tasa de mortalidad en edades superiores a los 100 años, sí afirman que la humanidad “no está cerca de alcanzar un punto máximo en la expectativa de vida”, señala Wachter.
Esfuércese lo justo
Por otro lado, aunque nuestro organismo tiene, aún, mucho potencial de mejora, hemos limitado nuestras posibilidades en lo que respecta al rendimiento físico.
Es la desalentadora conclusión de una revisión de más de 160 estudios que recogen datos de los últimos 120 años, realizada por un equipo de investigadores franceses y publicada el pasado octubre en la revista Frontiers of Physiology. Los cambios medioambientales y climáticos tienen mucho que ver. “A pesar del progreso científico en alimentación y sanidad, la sociedad moderna ha permitido que la especie llegue a su límite”, considera Jean-François Toussaint, de la Universidad de París Descartes. Triste, ¿no?
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